El misterio del último resto del cadáver de Hitler que Putin guarda con celo en Rusia
En 2018 se corroboró que la calavera con un disparo en el mentón que guarda el Kremlin pertenece al 'Führer'
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El misterio se desveló en 2018, que ya tocaba. En mayo, el forense francés Philippe Charlier destruyó de un mandoble el que, hasta hace bien poco, era el gran misterio de la Segunda Guerra Mundial: la supuesta huida de Adolf Hitler de Berlín poco ... antes de la llegada del Ejército soviético. Lo hizo el buen galo tras analizar los últimos restos que quedan del 'Führer': una calavera que Vladimir Putin guarda con celo en Rusia y que, durante años, ha sido fuente de recelos entre los historiadores. «Los dientes son auténticos, no hay ninguna duda. Nuestro estudio demuestra que murió en 1945», declaró el profesor a la agencia AFP.
Así terminaron décadas y décadas de dimes y diretes sobre la muerte –o no– de Adolf Hitler. «Podemos acabar con todas las teorías conspirativas sobre Hiler. No huyó a Argentina en un submarino, no está en una base secreta de la Antártida, ni en el lado oscuro de la luna», afirmó por entonces Charlier.
Por mucho que le duela a los conspiranoicos, la versión de su suicidio y la de la quema de los restos de Hitler y Eva ha sido la más enarbolada por los historiadores y la prensa de la época. El ejemplo más claro es que el mismo ABC, que cubrió toda la Segunda Guerra Mundial a través de sus páginas, la dejó caer ya en abril de 1945 y, meses después, volvió a insistir en ella: «Un sargento de las SS ha confirmado que presenció cómo Hitler se dio un tiro y Eva Braun se envenenó por vía oral en la tarde del 30 de abril. También que sus cuerpos fueron quemados poco después en el búnker de la Cancillería».
Lo que no se puede negar es que el paradero de los restos de estos grandes jerarcas ha estado siempre rodeado por una niebla de secretismo. Tras ser hallados, en mayo de 1945, fueron enterrados de forma provisional en un bosque cerca de la ciudad alemana de Rathenow. El objetivo era evitar que su lugar de descanso eterno se transformara en un centro de peregrinación para extremistas o antiguos miembros de las SS. ¿Por qué no se incineraron entonces para acabar de forma definitiva con el problema? Según explicó en los sesenta Orlovski, un antiguo oficial del Ejército Rojo a la revista Blanco y Negro, por problemas de operatividad. Ni más, ni menos:
«En 1945 me encargaron el cometido especial de vigilar los cuerpos de Hitler y de Eva Braun, y de organizar su identificación. Sabíamos que Stalin dudaba del suicidio y creía que el 'Führer' había escapado. No los quemamos porque, en 1945, no había ningún crematorio en marcha. Los huesos no se pueden quemar rociándolos con gasolina. Hace falta una temperatura más elevada».
El viaje continúa
Allí permanecieron hasta el 21 de febrero de 1946, cuando fueron trasladados por los mismos rusos a un enclave secreto ubicado en una base militar de la zona soviética de Alemania Oriental. El lugar resultó ser la ciudad de Magdeburgo, al suroeste de Berlín. El problema, como bien explicó el propio Orlovski a la revista, fue que, cuando la ubicación saltó a los medios, la tumba se convirtió en un lugar de peregrinación nazi: «El lugar de las sepulturas era vigilado de forma periódica, pero un día nos percatamos de que alguien había intentado excavar la tierra». Por eso las continuas idas y venidas.
Más de tres décadas de descanso después, y en plena Guerra Fría, el director del KGB, Yuri Andrópov, solicitó permiso para exhumar los restos de todos los jerarcas y acabar con ellos. Según se hizo público hace menos de una década, el gobierno permitió al agente acometer esta tarea y los huesos de Hitler, Eva Braun y el matrimonio Goebbels fueron desenterrados e incinerados en la ciudad de Schönebeck. La operación se hizo de una forma sencilla, pero efectiva: sobre una pira improvisada en un descampado. Fue el último adiós del dictador.
Poco a poco, lo que quedaba de ellos fue deshecho hasta que no quedaron más que unas pocas cenizas que fueron arrojadas al río. Una vez más, el objetivo era evitar que alguien descubriera su paradero; acabar con el magnetismo que, incluso después de muerto, podía generar el 'Führer' entre sus seguidores. Así lo narró ABC en un reportaje publicado en 2009: «La incineración se llevó a cabo el 4 de abril de 1970 en un descampado a 11 kilómetros de Magdeburgo. Las cenizas fueron arrojadas al río Biederitz. De todo esto se habló por primera vez en Rusia en septiembre de 1992, cuando fue mostrado por televisión un documental sobre la muerte del dictador».
Sin embargo, los servicios de inteligencia rusos decidieron quedarse con un último recuerdo para su colección personal: el supuesto cráneo de Adolf Hitler, que contaba con un agujero de bala en la mandíbula. La calavera en cuestión fue escondida hasta el año 2000, cuando Vladimir Putin permitió que fuera exhibida en una exposición junto a un centenar de documentos desclasificados sobre el Tercer Reich. El plan no le salió todo lo bien que hubiera querido, pues un profesor de Arqueología de la Universidad de Connecticut llamado Nick Bellantoni afirmó que, tras haber conseguido de forma poco ortodoxa un trozo de esta reliquia, había descubierto que no era de un hombre, sino de una mujer joven. Rusia, como era de esperar, le acusó de mentir.
La controversia con la calavera se mantuvo hasta la última década, cuando el galo y su equipo consiguieron acceso al cráneo y lo sometieron a varias pruebas para establecer su origen. Las conclusiones fueron determinantes y llegaron gracias a las prótesis dentales: los restos eran de Adolf Hitler. Misterio resuelto, aunque con setenta años de retraso. O eso se ha esgrimido a nivel oficial, ya que tanto el experto como el ensayo en el que contó los pormenores de su hallazgo –titulado 'La muerte de Hitler'– han recibido una cantidad de críticas equivalente a la importancia del hallazgo.
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